martes, 10 de mayo de 2011

La última era glaciar

El cambio de estación se lleva a cabo y los líquenes de la ciudad reverdecen, las alcantarillas dejan mostrar algunos secretos arqueológicos mientras los empleados municipales se cuidan de la concentración de gases, al otro lado de la acera las colegialas se cambian de las chancletas al zapato cerrado, al blue jean, a la mirada circunspecta y al cambio de actitud propio que transmite la emocionalidad del clima mientras en cada inundación de los barrios bajos se percibe como por instinto primitivo la posibilidad del fin.

Todo eso es una imagen bizarra que es mas simpática si la veo como propia del cambio y la vuelta absurda de los ciclos que nos recuerdan por medio de las noticias que los índices de la calentura del Dengue han venido bajando este año mientras la calentura del desperdicio y la acumulación no cesa y mas bien se acrecenta, pero en todo sentido lo que trae esta posibilidad de fracaso es que mas que el miedo a las enfermedades, lo que enferma es la rutina mental misma de la actitud ante el cambio.

A propósito de enfermedades, la verdad es que si no fuera por estas los índices poblacionales aumentarían aún más, de ahí que me pregunte si la ciudad no está ya curada de sus habitantes, y que si dentro de los altares de cemento no se revelará un día de estos la profecías de todas las ideologías y las criaturas que la atormentan recorriendo sus pasillos se dejen de reproducir naturalmente como efecto secundario de lo que ahí ingieren, cuál macabra idea maltussiana que detendrá esta zarna en que nos hemos convertido.

A fin de cuentas todos somos caldo de cultivo en este hospital infestado de anticuerpos del gran plan de la obsolecencia programada y de la ignorancia sobre el sentido de toda esta desgracia universal, el problema sigue siendo que vivimos con el día a día y no le vemos mayor esperanza a la poesía al complejo de lucidez ni a la sublimación alucinada de cambios reales y concretos...
(valga la aparente contradicción de términos...)

Los días están contados como en un calendario, de hecho creo yo que debería haber un mes para celebrar el pequeño apocalipsis anual y aceptar que este no es un designio bíblico, sino un predecible dato estadístico, tiempo en que todos hacíamos sacrificios a los dioses y en que la cosecha era el equivalente a la observación poética de la naturaleza, a la inteligencia para reconocer la siembra, la crianza y de todo tipo de ritos de iniciación, en fín, el cambio de estación de este año se me ha venido tan prosaico como el útimo cambio de era glaciar.

No hay comentarios: